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Todas esas entrevistas a científicos que reconocen tener un ojo puesto en teorías filosóficas holísticas y religiones orientales o todo ese arte hipertecnificado, no hacen más que ejemplificar que arte, religión y ciencia cada vez más se aproximan para intentar organizar juntas lo que por separado son incapaces: una narración convincente que nos despierte de nuestro sueño, o mejor dicho, de nuestro delirio.
La ciencia, de momento, es la que habla más persuasivamente, aunque muchas veces tenga que echar mano de la filosofía o la religión para convencer del nuevo orden propuesto, no hay duda que es la que más confianza proporciona y la que su capacidad de saber mayor crédito tiene.
La hegemonía de la tecnología sobre las artes la podemos observar desde hace muchas décadas. Empezó con una tímida utilización por parte de los artistas de las tecnologías y ha desembocado en que no haya artista que se precie que no utilice en su producción una docena de ordenadores.
La arquitectura reciente ejemplifica que esa ‘necesidad’ de convivencia entre los criterios artísticos y los técnicos, como todas las convivencias forzadas, muchas veces no haya sido muy pacífica, generando una relación más que dolorosa (sólo hay que dar una vista a la actual Abu Dhabi). Pero como no, en la arquitectura, la tecnología también está ganando terreno y convenciendo más.
Y con estas exaltaciones de la tecnología lo que hemos hecho ha sido fabricar un poder que nunca habíamos tenido, pero lo peor es que no sabemos donde nos llevará.
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