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Hemos perdido la fe. Y es lo mejor que nos hubiera podido pasar.
En un mundo tecnificado donde el conocimiento real de nuestro entorno se vuelve cada vez más misterioso, las certezas son más escasas y valiosas que nunca. No debemos dejarnos convencer por discursos que prometen seguridades sin esfuerzo, ya que sólo la acción nos proporcionará compresión y sólo en esa ilusión podrá residir una vida mejor.
Volver a hacer entonces, pero esta vez sin la finalidad de creer para después volver a descreer … que la nítida autoconciencia de nuestra absurdidad nos libere finalmente y gocemos hasta morir de producir sentido.
Si estamos condenados a volver a subir la piedra, hagámoslo como el Sísifo de Camus, felices.