“… Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.
Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas …”
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.
Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas …”
[fragmento letra canción ‘La Fiesta’ · Joan Manuel Serrat]
Para configurar una comunidad se necesita (o al menos hasta ahora) compartir con el otro un espacio durante un tiempo. Es la única manera de (re)conocernos y presentarnos respeto. Sólo de esa manera nos sentimos un poco más seguros, cuando sabemos que podemos contar con alguien más que con uno mismo, pero ese lujo cuesta … tiempo.
Hoy en día las ciudades están inmersas en procesos globales, mundiales o qué sabemos nosotros. El hecho es que como consecuencia de éstos, las colectividades que comparten un mismo espacio cada vez son más heterogéneas y por lo tanto más complejas. Es decir, ahora deberíamos invertir una cantidad mayor de tiempo para llegar a conocer nuestro entorno.
Por otro lado, cada vez fragmentamos más nuestro tiempo entre todas las realidades virtuales y presenciales que nos hemos inventado y en las que tanto nos gusta estar. Estamos cada vez menos en cada una de ellas porque se multiplican por momentos.
No es de extrañar que el miedo producido por no conocer nuestro entorno y quien lo habita vaya en aumento. Y estamos advertidos: de alguien aterrorizado sólo puede esperarse reacciones espasmódicas.
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