Vivir es no morir; y si la muerte es la nada entonces la vida debería ser el todo.
Nuestra condición de mortales nos impide tener una definición clara de lo que es la vida o al menos saber qué esperar de ella. Estamos lejos de tener una explicación convincente y por eso renace constantemente la melancolía, los paraísos perdidos e imaginados. Continuamos avanzando, mirando hacia un pasado muy lejano porque al pasado reciente le negamos la autoridad de guía acreditado.
Anhelamos de ese pasado que nunca existió comunidades capaces de afirmarnos y descargarnos de la obligación de la auto-creación constante e infinita. Las comunidades actuales no tienen ninguna relevancia, son simples conglomeraciones de individuos unidos exclusivamente por una atracción mercantil sin ningún futuro e incapaces de generar ninguna complicidad.
Todavía estamos en la demolición de lo antiguo, en la negación del otro y la aceptación de la exclusiva autoafirmación. Tal vez, el otro, vuelva a aparecer al final del recorrido y con él, nuevos escenarios. De momento, arquitectura de subsistencia, que ya es.