[Après
la faute, 1885, Jean Béraud]
Con
la sofisticación, la primera burguesía industrial quería demostrar su
pertenencia a las clases elegidas, que ellos no eran simples trabajadores y que
por consiguiente sus vidas eran mejores. Invertían tiempo y sobre todo muchos recursos en cultivarse culturalmente y en atender su imagen. Tenían que demostrar que
poseían suficiente dinero como para no tener que trabajar y dedicarse a la
urbanización personal. Entonces no cabía la menor duda que era mejor ser
burgués, hoy adoramos la comodidad burguesa pero nos prohibimos juzgar peyorativamente
a los ‘proletarios’.
El
modelo anterior se fue empobreciendo poco a poco y hoy nos conformamos con comprar una taza de la Tate Modern para creernos sofisticados. Ya no hay más una
elaboración paciente, la simple mimesis de signos inconexos nos provoca el
encumbramiento. Creemos que esta puede ser parte de la explicación de porqué continuamos
construyendo esos edificios horrorosos y horteras con la pretensión que nos
ayuden a sentirnos mejor.
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