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Hasta ahora las comunidades necesitaban de una espacialidad, de un lugar físico donde poder desarrollar sus actividades, sus reconocimientos. No hay duda de la importancia de los asentamientos como una de las características que definen a la humanidad. Lo peor que nos puede pasar como personas es caer en el destierro, el no pertenecer a nadie. Pero nos preguntamos hasta qué punto la propia materialidad o corporeidad del emplazamiento es esencial, aquellos hombres y mujeres de la foto de arriba, nómadas, sin un lugar fijado en la tierra, pero que ya sabían de la muerte, que ya hacían signos, ¿se pueden considerar humanos? La duda de la innecesaridad del espacio nos aborda ahora al observar todas las comunidades virtuales (con códigos de conducta tan establecidos y reconocibles como los que rigen cualquier contacto humano ‘real’) que existen en un limbo [meta]físico. Tal vez el espacio no sea tan importante como hemos creído.
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